LA LUNA Y LA ANCIANA
¿QUE REGALO DESEARÍAS, MAS?
¿QUE REGALO DESEARÍAS, MAS?
Desde mi atalaya observaba
como giraba el planeta tierra y jugaba al escondite con aquellos pequeños seres
que la habitaban. Aquel juego era solemnemente aburrido y el final siempre el
mismo, a las doce horas de haberme escondido algunos empezaban a atisbarme,
algunos me miraban embelesados, otros con nostalgia y la gran mayoría me ignoraba. Tras pensármelo
durante varios instantes, decidí cambiar mi pasatiempo durante En las próximas veinticuatro horas y dado que
se hallaban inmersos en aquello que ellos llamaban “La navidad”. Según tenía
entendido eran fechas festivas, en las que solían hacerse regalos y
momentáneamente abrir su corazón, solían acordarse de sus ancianos, de los
famélicos niños que eran obligados a aprender a disparar antes que a escribir,
daban donativos a “piadosas organizaciones lucrativas” para acallar su
conciencia e incluso “olvidaban” afrentas hechas o recibidas. A pesar de no comulgar con
tales despropósitos, decidí entrar en el juego. Elegiría a uno de aquellos
seres y le haría un regalo, dado que no formaba parte de su sociedad y que no
tenía ningún tipo de interés propio, esperaba ser objetiva en mi elección. Al
contrario de lo que creía tardé varios días en encontrar la destinataria de mi
regalo.
Era una viejecita
encorvada, debido quizás al peso de los años, sus ojos estaban vendados y como
todo complemento sujetaba una pequeña balanza, se acercaba a otros
congéneres tratando de llamar su atención, hablaba y hablaba, pero se
repetía la misma respuesta: ¿qué puedo hacer yo solo?
Con la ayuda de una nube
amiga, que descargó sobre ella unas gotas de lluvia, reclamé su atención. Con
un gesto de enfado miró hacia el cielo y dijo:
─ Encima ahora llueve.
Aproveché la ocasión, para
entablar conversación con ella.
— No te preocupes,
son tan solo unas gotas, quería llamar tu atención, espero que no te hayas
mojado demasiado.
— ¡Bah! Apenas se me han
humedecido unos pocos cabellos, — ¿Para qué querías llamar mi atención?
— ¿Puedo preguntarte una
cosa?
— He preguntado
yo antes, pero bueno, ya me he acostumbrado a que me ignoren, así que haz tu
pregunta.
— Precisamente eso
quería preguntarte, ¿por qué todos te dan de lado y te miran con desdén?
— Supongo que mis
palabras les molestan.
— ¿No tienes familia?
— Sí, todos ellos
tienen parte de mí.
Aquella repuesta me desarmó
por completo, me dejó completamente abatida, ¿no se trataba aquel juego de
simular fraternidad? Si eran capaces de hacerlo con desconocidos, ¿por qué con
ella no?
— No has respondido a
mi pregunta — inquirió la anciana, cortando de raíz mis pensamientos.
— Es cierto, así que
lo haré de inmediato. Como estáis celebrando la navidad y todos os hacéis
regalos, yo también quiero participar en ello y he estado buscando a alguien al
que hacerle el regalo que más apreciara. Creo que tú eres el ser que buscaba.
— ¿Por qué?
— Te ignoran todos,
algunos te desprecian y otros te temen. Con toda seguridad serás el único ser
vivo que no recibas un regalo. Dime, ¿qué regalo sería el que más felicidad te reportaría?
Permaneció callada durante
unos segundos, parecía cavilar, me miraba con incredulidad, no obstante
respondió.
— Tan solo quisiera
que me escucharan.
— ¿Es lo único que
deseas? Puedes pedir lo que quieras.
— Con ese
simple hecho sería feliz y encontraría sentido a mi larga vida.
A pesar de sus harapos y de
su famélico aspecto, tan solo pedía ser escuchada. En aquel momento recordé que
ni siquiera sabía su nombre.
— ¿Cual es tu
nombre? — le pregunté.
— JUSTICIA — Fue su
respuesta